Norah Jones contra las cuerdas

La cantante, hija de Ravi Shankar y estrella fulgurante del jazz de masas, se reparte los aplausos en una jornada protagonizada también por dos maestros actuales de la guitarra, Bill Frisell y Julian Lage

Norah Jones tardó tres semanas en agotar el papel desde que se anunciar su primera visita al Jazzaldia donostiarra. Tiene su mérito colgar el no hay billetes en la sede vespertina del festival, el majestuoso Kursaal ideado por Rafael Moneo, donde se formaron largas colas en la entrada, Y más cuando en la misma jornada se citan en la plaza de La Trinidad el presente y el futuro de la guitarra del jazz, Bill Frisell y Julian Lage. Todos recogieron merecidos aplausos, aunque el reparto de la gloria fuera desigual

Norah Jones alfombró el escenario para un cuarteto donde -¡diablos!- se ocultaba nada más y nada menos que una leyenda de las baquetas, el baterista Brian Blade, al que últimamente conocíamos como pilar rítmico del cuarteto del añorado Wayne Shorter. Desconocemos su rumbo, pero fue una sorpresa verle integrado en las filas de la Jones, que hizo lo que mejor sabe hacer: agradar. La chica hace pop con sentimiento jazzístico, eso sí, exquisitamente manufacturado. En realidad Norah Jones es una cantautora -ojo, que no cantante- de blues, de un blues blanco, sin pecado ni penitencia. Más que susurrar, exhala las canciones con un aliento vocal delicado, casi imperceptible, gustando y gustándose más y mejor cuando se colocaba frente al piano.

Tiene un instinto muy especial con el blues, al que a veces se le cuelan gestos de country, como cuando a mitad del recital echó mano también de la guitarra. Las canciones se sucedían entre la euforia del respetable, aunque la emoción siempre fuera la misma, desde el primer al último tema. No faltaron títulos señeros como Don’t Know WhyCan You Believe o Come Away With Me, pero inmediatamente buscamos refugio jazzístico en La Trini, donde a la noche aguardaban dos líderes de la actual guitarra del jazz, el veterano Bill Frisell y el joven Julian Lage.

Abrió fuego Lage, escoltado por un trío de mucho poderío jazzístico, el contrabajista Jorge Roeder y otro titán de parches y tambores, el baterista Joey Baron. Todo el recital fue un fogonazo de música inteligente y viva, con un despliegue de improvisaciones que caían siempre en emociones nuevas, inéditas, pues se da por descontado la capacidad técnica de un guitarrista llamado ya a compartir mesa con iconos de las seis cuerdas como John Scofield, Marc Ribot o el propio Frisell, con el que acabó recogiendo la velada. Este último, por su parte, firmó pasajes de mucho ingenio, sobre todo cuando Greg Tardy se empleaba a fondo con el tenor. Gerald Clayton y Jonathan Blake cumplieron con creces sus responsabilidades rítmicas, aunque al pianista se le viera incómodo con el sonido. Presentaron algunos títulos de su disco Four, tercera entrega manufacturada para el sello Blue Note, y aunque fuimos felices, algo nos faltó en las tripas y le corazón; o él o nosotros tuvimos mejores noches.

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